ITZAE
En cierto lugar de la selva del Mayab, logré admirar con sorpresa todas las tonalidades de verde que se integran entre los árboles y las plantas, también observé un río con agua cristalina, el cual reflejaba con claridad los rayos del sol que se mezclaban entre la maleza, haciendo de éste espacio un lugar de paz y tranquilidad.
Metros adelante encontré una cascada y los vestigios de unas escaleras, por el tipo de roca pude percatarme de que se trataba de una antigua estructura piramidal; mi curiosidad hizo que subiera las escalinatas para ver que había más allá, al llegar a la cúspide, me sorprendí al encontrar una gran ofrenda florar aromatizada con incienso.
Escuché la voz de un joven que entona una canción en lengua maya y minutos después salió a mi encuentro, con sorpresa me miró y siguió su canto acompañado de una danza, en una de sus manos lleva una sonaja y en la otra un sahumerio; al ver mi interés por lo que hacía me comentó: “únete a mi danza y a mi canto”, lo seguí y me explicó que el alma de la pirámide estaba contenta por mi presencia.
Cuando finalmente terminamos de cantar y danzar, me reveló que se llamaba Itzae, y que su nombre traducido en español significaba regalo de Dios, me compartió su agradecimiento por haberme unido a su ceremonia, ya que es una forma de expresar el cuidado y el amor hacía la naturaleza.
A su corta edad Itzae manejaba una alta sabiduría, me platicó que para los mayas, el cielo, el día y la noche fueron creados por el Dios Itzán Ná, quien era muy sabio y bondadoso, y al quedarse maravillado con su creación, decidió establecer un lugar lleno de afecto y caridad, llamándolo “El Mayab”, cuyo significado es lugar de pocos.
En este lugar existían grandes árboles, flores de colores cuya belleza era incomparable, aguas transparentes, y un sinfín de animales los cuales tenían la encomienda de cuidar de este lugar.
Los habitantes construyeron grandes templos y ciudades, era una metrópoli esplendorosa, llena de ciencia, cultura y conocimiento. Un día, los sacerdotes del pueblo con mucha tristeza en sus ojos, predijeron que llegaría una serpiente proveniente de oriente y que por un tiempo implantaría la rivalidad en los corazones de los habitantes, lo que afectaría la armonía del lugar.
Y en efecto, grandes batallas se desataron por las calumnias de esta víbora, sin embargo los sacerdotes recurrieron a su fuente divina, la cual les reveló como eliminar a la serpiente y a sus súbditos la discordia, la codicia y la envidia.
La serpiente y sus súbditos creían que aquella selva los había provisto de belleza, sin embargo los sacerdotes al saber esto, crearon un gran espejo de agua de luz cristalina y cuando la serpiente se reflejó en él, de manera inmediata quedó petrificada, se abrió la tierra y fue tragada y ahogada junto con todo aquello que había alojado en esa tierra.
Una luz resplandeciente surgió de ese lugar y el espejo de agua creado por los sacerdotes, se expandió al centro de la selva, tomando una tonalidad esmeralda con cualidades sanadoras, que restauró el equilibrio del Mayab.
Itzae termina la historia diciéndome que no fue casualidad que me encontrara allí, el lugar atrae a todas las personas que buscan el camino hacia el balance del cuerpo y del alma, el amor por el prójimo, la compasión y la inspiración para ayudar a otras personas a sanar.
Al salir de la selva, me abrazó y me entregó los símbolos de la paz y unidad:
In Lak´Ech (Yo soy otro tu) Hala Ken (Tu eres otro yo).
Hermosa historia Nora, saludos